sábado, 13 de febrero de 2010

Mi viaje

Luis Eduardo Auté

Tomar la buseta frente a la Universidad en eso que llaman, las horas pico, es una hazaña digna de un poguero, que entre empujones y codazos se abre espacio dentro de los ochenta centímetros, de eso que llaman corredor.

Ubicado al fondo y de milagro sentado en una de las sillas, sin ganas de ver ni de detallarme en las personas que suben y bajan de ella, saco un libro y me pongo a leer.


Sumido en la lectura de "Esperando a los bárbaros" de J.M. Coetzee, me pierdo entre frenadas y arranconazos de estos perversos choferes de servicio público, que dicen llamarse conductores. La historia analiza los paralelos entre los soldados de un puesto fronterizo y la enfermiza relación de ellos, autocalificados civilizados, con los milenarios moradores del lugar; mal llamados bárbaros.
La novela gira en torno a un personaje mayor y a sus vínculos con las comunidades negras y segregadas del lugar.


Sumergido en la lectura y en mis pensamientos, un sutil roce de una pierna en mi brazo me sobresalta y hace que de reojo observe unas piernas metidas en una sugestiva minifalda blanca. Continuando el recorrido con mi mirada, observo un vientre que termina en unos pequeños e insinuados senos, que llevan al rostro de una hermosa mujer afrodescendiente.
Esa palabra que al igual que tolerancia me parecen racistas, asquerosas y más viniendo de personas como nosotros, autocalificados de “eurodescendientes”.


Esta precisa reina de ébano elevó mi libido de una manera inusitada a la enésima potencia e imaginé mi mano entre ese diminuto pedazo de tela, acariciando su vagina y luego besando esos minúsculos senos.


Pero una sonrisa suya al rozarme nuevamente el hombro me permitió romper el hielo, ofreciéndole la silla para que se sentara. Ella en gratitud ofreció llevarme el morral y este fue el paso para comenzar un diálogo con frases y preguntas cargadas de cursilerías.


-¿Qué haces?-
-¿Dónde vives?-
-¿Qué tipo de música te gusta?-
-¿Quieres tomar algo?


Y entre sonrisas y complicidades nos bajamos en la esquina del edificio de apartamentos donde vivo, entramos ante la mirada escrutadora de los porteros.


Ya en el ascensor me acerco le pongo una mano sobre su cadera y la beso, ella responde colocando sus brazos sobre mis hombros y metiendo su lengua en mi boca. Subo mi mano y sobre la tela toco su panti, ella gime, se estremece y abre sus piernas. Con los dedos corro la diminuta tanga y siento en las yemas sus humedecidos labios, con un movimiento de su mano izquierda sobre la mía hace que penetren la húmeda y caliente caverna mientras me muerde suavemente los labios.


Con la respiración entrecortada, dice,
-¡Espera! No hemos marcado el piso para el que vamos-.
Me apresuro a hacerlo e intento disimular mi erección acomodando mi pene dentro del bóxer.


Mientras subimos ella besa mi cuello y yo acaricio sus nalgas, apretándola contra mí cuerpo, pero temiendo que al abrir el ascensor nos encuentre algún vecino.


En el piso del apartamento, acelerado abro la puerta y entramos afanados.
De una patada cierro la puerta y simultáneamente deslizo su bolso y lo dejo caer al piso. Tiro mi morral sobre una silla de la sala y con la otra mano intento subirle la minifalda. Ella me detiene y se la sube, se voltea poniendo sus nalgas contra mi vientre y meciéndose busca el bulto que se ha formado en mi pantalón, beso su cuello y con mis manos acaricio sus pezones.


Ella con maestría suelta mi correa y baja la cremallera del jean para que caiga y su mano se posa en lo que acaba de sentir entre sus nalgas.


Apresurado bajo su panti e introduzco mis dedos en su entrepierna, ella se voltea y toma mi pene en sus manos y lo pone contra su vagina y comienza a menearse, acelera con cada embestida..., de repente y de manera brusca frena y por instinto alcanzo a colocar las manos en la silla de adelante, para no salir por encima del pasajero que está en ella.


Alguien grita: ¡Dele despacio!


Yo desconcertado, tomo el morral que tengo en las piernas, el libro cae y me doy cuenta que me he pasado varias cuadras de mi paradero y las piernas con minifalda ya no están junto a mi hombro.
Josué Carantón S.

jueves, 11 de febrero de 2010

1000 GRULLAS POR UN DESEO

Matisse. MOMA N.Y. JC

Aquella mañana de abril Victoria estaba ansiosa, anhelaba el olor a plastilina que recordaba su memoria infantil. Era una mujer de cara lánguida, ojos grandes (uno más que el otro) cabello negro, parecida a una de esas mujeres Modiglianescas. Su mirada fingía una conformidad que su alma no sentía.
En sus días escolares había escuchado de labios de un profesor de artes que si hacía 1000 grullas de papel, podría pedir un deseo y este se le cumpliría, era una antigua leyenda China que tomó muy enserio. Su agilidad con las manualidades fueron el motor de los interminables días de ocio que la perseguían sin tregua. Era profesora de natación en las mañanas, el resto del día se dedicaba a soñar con figuras de papel, especialmente con grullas. Era una mujer especial, obraba con tranquilidad, pero una noche su forma de ver su cotidianidad cambió. Un sueño invadía sus profundos estados de irrealidad, era el mismo cada noche, un vez sus ojos se cerraban veía una escena única, Victoria sentía que aquella imagen se había convertido en parte de su vida sin comprenderlo muy bien, al amanecer se preguntaba ¿Por qué unas tijeras punta Roma amarillas?
Sentada frente al mar sobre sus rodillas mira hacia el horizonte, plena, dichosa, llena de vida, de pronto Victoria mira la arena, descubre a su lado izquierdo una caja grande de plastilina, la toma, saca las barras de colores y las huele una a una con la intensidad con la que se huele el aliento del ser amado. Su atención se desvía hacia su otro costado, un objeto amarillo se logra ver enterrado en la arena, con sus uñas logra sacar unas tijeras punta roma y en derredor suyo observa un círculo de grullas de papel, se incorpora con las tijeras en la mano y corta las cabezas de las aves de origami y sus cuerpos los arroja al mar.
Tic, tac, tic, tac, son las 5:00 horas con 12 minutos y 27 segundos, es hora de iniciar un nuevo día, Victoria despierta, no comprende el ¿por qué? de su sueño; era una jugarreta irónica de su propia mente, de día se dedicaba con esmero a hacer grullas que en la noche decapitaba con unas punta Roma color amarillo. ¿De dónde salían las tijeras? ¿Por qué amarillas y enterradas? Pensaba sin vislumbrar el complejo mundo de su inconsciente. Se levanta de su cama y se dirige a la cajita donde guarda las grullas de papel, están intactas.
Después de varios meses, Victoria continúa con el mismo sueño cada noche, pero esta mañana despierta cubierta de grullas de papel, todas sobre la cama, decapitadas y descubre que bajo su almohada se encuentran unas tijeras, las mismas del sueño que estando ahora en vigilia recordaba como las punta Roma de color amarillo que su madre le había obsequiado antes de morir, estando ella en segundo grado de primaria.
Después de este momento decidió no hacer más grullas, su deseo de volver a ver a su madre no era más que una pretensión imposible que se iba navegando en el mar.
NINI VILLEGAS VELEZ

El viaje

Arte griego y Romano, Metropolitan NY J.C.
Hoy llego el día, faltan cinco horas para mi esperado viaje, lo primero que hago es coger mi lista y empiezo a señalar todas las cosas que ya empaque. Ya con todo listo, Salgo de mi casa con una emoción y alegría desbordante, con mi frente en alto y mi maleta en mano pensando en mi sueño que empieza hacerse realidad.
Llegando al aeropuerto presiento que algo me falta y empiezo a recordar todo lo que había empacado pero aun así no logro descifrar que es ese algo que me hace sentir en ese momento tan decaída, escucho una voz diciendo pasajeros con destino a la isla de Creta favor pasar a la sala de espera, en ese momento me quede paralizada porque tu imagen se me vino a la cabeza, trayendo gratos recuerdos que hicieron que me acordara que lo que faltaba eras tú.

Karina Navarro

Aristide Maillol,Metropolitan NY J.C.

Sexo, placer
Palabras, placer
Besos, placer
Tus manos, tu cuerpo, tus pies, un placer
Calor, olor, dolor, horror, se siente bien
En la cocina? Puede ser
Y la lavadora? Está bien
Jummm que cansancio, no, ¡que placer!

Alejandra Lemos

Parque de esculturas Metropolitan NY J.C.

La hora de la estrella

Escribo porque no tengo nada que hacer en el mundo: estoy de sobra y no hay lugar para mí en la tierra de los hombres. Escribo por mi desesperación y mi cansancio, ya no soporto la rutina de ser yo, y si no existiese la novedad continua que es escribir, me moriría simbólicamente todos los días. Pero estoy preparado para salir con discreción por la puerta trasera. He experimentado casi todo, aun la pasión y su desesperanza. Ahora sólo querría tener lo que hubiera sido y no fui.
Clarice Lispector

Fotografía tomada del blog Rh do inferno
Llegar a la Lispector fue una de esas cosas del azar que con el paso de los años uno busca explicarse; por eso recuerdo una película brasilera de Susana Amaral, llamada "La hora de la estrella", y con ella surge en mi mente la imagen de Macabea y Olímpico, los dos protagonistas de la historia, "Ahora mismo compruebo que la pobreza es fea y promiscua. Por eso no sé si mi relato va a ser..., ¿a ser qué? No sé nada, todavía no me he animado a escribirlo. ¿Tendrá acontecimientos? Los tendrá. ¿Pero cuáles? Tampoco lo sé. No estoy tratando de crear en ustedes una expectativa ansiosa y voraz: es que realmente no sé lo que me espera, tengo un personaje en ebullición entre las manos, y se me escapa a cada instante, con la pretensión de que yo lo recupere...... He olvidado decir que todo lo que ahora estoy escribiendo está acompañado por el estruendo enfático de un tambor batido por un soldado. En el momento mismo en que empiece el relato, al punto callará el tambor."

Continua diciendo que:

"Para dibujar a la chica tengo que dominarme, y para poder captar su alma tengo que alimentarme con frugalidad de frutas y beber vino blanco helado, porque hace calor en este cubículo en que me he recogido y desde el que tengo la veleidad de querer ver el mundo. También he tenido que abstenerme de sexo y de fútbol. Sin hablar de que no me comunico con nadie. ¿Volveré algún día a mi vida anterior? Lo dudo mucho. Ahora advierto que olvidé decir que entre tanto no leo nada para no contaminar con suntuosidades la simplicidad de mi lenguaje. Porque, como he dicho, la palabra se tiene que parecer a la palabra, instrumento mío. ¿O no soy un escritor? En verdad, más bien soy un actor, porque con sólo una forma de puntuar logro malabarismos de entonación, hago que la respiración ajena me acompañe en el texto."

Ésta es la 'historia de una inocencia herida, de una miseria anónima', una breve e intensa visión del absurdo que supone una existencia anodina, una rutina vacía tanto de pensamientos como de afectos, como es la del personaje de la insignificante y escuálida joven norestina permanentemente anonadada, una muchacha que 'no sabía que ella era lo que era' y que por ello 'no se sentía infeliz'.
En las páginas de La hora de la estrella aparece con toda su fuerza el personalísimo estilo de Clarice Lispector: su peculiar forma de transformar las palabras en imágenes vigorosas y puras se une aquí a una compleja estructura formal.