Cuando sentía que torpemente regresaban mis sentidos me encontré solo en esa ciudad, parecía que nadie nunca la hubiera habitado, como si nadie nunca la hubiera transitado y debo confesar que soy un amante de la soledad. Tambaleante y sediento decidí aceptar entonces la oferta e inicié mi recorrido.
Recuerdo que no sentía miedo alguno de atravesar tan intimidantes calles en plena oscuridad, pues el valor lo había adquirido sólo unas horas antes con un par de copas y podía sentir sus efectos en mi cuerpo, amortiguando el dolor que me producía aquel largo recorrido con mis pies desnudos; me importaba un carajo.
Aunque haya olvidado como llegué allí, me encontraba en medio de la carretera, solo de nuevo para mi suerte aunque sentía que en cualquier momento podría perder mi vida, y ese pensamiento dibujaba una pequeña sonrisa en mi rostro del cual caían goteras de sudor provocadas por la leve inclinación que llevaba esa extensa vía. La libertad que me invadía era inexplicable.
Me detuve a descansar por unos segundos desesperado en busca de algo que mojara mi garganta, de repente las calles se estremecieron y fueron invadidas de corrientes amargas que me recordaron el sabor del mar, el sabor del sudor, mezclado con el mareo de mis pensamientos y con la dolorosa pero placentera sensación de ver agua de la cual no podía beber.
Continué mi camino, y la ciudad solitaria temblaba con tal fuerza que sus calles sucumbían y me hacían testigo de ese dulce sonido de destrucción, mis ojos contemplaban como lentamente se rompía y se retorcía avistando la más cruel de las catástrofes conmigo a bordo, nadie más.
Mis fuerzas me abandonaban, estaba al borde del abismo y sin intención alguna de aferrarme a algo, me dejé a mi suerte que no fue más que mi cuerpo pesado cayendo sobre esa ciudad resquebrajada que me recibía y amortiguaba mi caída como si quisiera lastimarme pero a la vez salvarme. Estaba jugando conmigo y en mi cuerpo se hacían evidentes las marcas de aquella ruleta rusa donde seguramente ambos terminaríamos muertos.
Maicol Cheng