jueves, 25 de agosto de 2011

Descripción

La lluvia acababa de bañar la ciudad, se respiraba un aire frío que hizo que la mayoría de los comensales se pusieran sus abrigos y bufandas, podría apostar a que ninguno de ellos había llegado hasta allí en transporte público, seguro que en los parqueaderos tendrían un lujoso automóvil o camioneta.

Allí estaba Gabriela, vestía un elegante pantalón negro, blusa verde oliva y un chal que le cubría los hombros; las luces que colgaban de un techo construido con paneles de bambú alumbraban suavemente su cara dejando ver en ella los años y la experiencia. Tiene la mirada perdida, se encuentra recordando aquellos años en los que solía jugar con sus tres hermanas en la entrada de su casa, recuerda que peleaba de vez en cuando por esa muñeca de porcelana que tanto le gustaba peinar y que ponía en su mesita de noche para no sentirse sola cuando todos dormían. Reflexionó por un momento, siempre se había sentido así, sus padres prestaban más atención a sus hermanas menores, tal vez porque ella era la encargada, a pesar de su corta edad en aquel tiempo, de cuidar que no se lastimaran o fueran a hacer algo indebido; tal vez tenía responsabilidades que aún no debía asumir.

De repente y para sacarla de ese trance se acerca uno de los meseros, lleva puesta una camisa blanca con corbatín negro y un delantal, también blanco, atado a su cintura, al lado izquierdo de su pecho lleva un botón que dice su nombre “Juan Fernando”, le ofrece la carta y ella la mira brevemente pidiendo como de costumbre un vino tinto, pone el bolso de color gris oscuro junto a ella, sobre la silla de mimbre, une sus manos entrecruzando los dedos y poya los codos en el mantel blanco de la mesa, se vuelve hacia sus amigas comentándoles sobre los problemas del diario vivir y conflictos que ya no le afectarán nunca más en su casa.

Rió por un momento, su amiga Lorena que con los años había perdido un cuarenta por ciento de su vista acababa de derramar el café sobre la mesa en un brusco movimiento de manos, una horda de meseros corrió a cambiar la mesa y a auxiliar al grupo de señoras que se reían a carcajadas de su torpe compañera del colegio. Entre los meseros estaba Juan que miró a Gabriela detenidamente en medio del caos, sacó una nota de su bolsillo y la puso en el bolso de piel gris; cuando todo volvió a la normalidad el teléfono de Gabriela repicó un par de veces, metió la mano en su cartera y detectó el papel que se había posado sobre el celular. Leyó la nota, se levantó en silencio de la mesa y atravesó el establecimiento con piso de madera, se encontraría con la policía en casa para hablar sobre el extraño suicidio de su esposo. Tal vez sí le gustaba sentirse sola.

martes, 23 de agosto de 2011

Viaje al Sexo

Viaje al Sexo

Estábamos allí, no hay pasos atrás ni arrepentimientos retardados como cuando ya apretado el gatillo sólo falta que llegue la bala a su destino, el trayecto es lo más exquisito, el antes es pura adrenalina, después puede ser culpa o gozo, pero el trayecto es solo placer.

Ya con las manos untadas de pólvora, mis ojos totalmente perdidos sin saber donde mirar, sentí como su aroma quedaba impregnado en mi cuerpo, mientras compartíamos nuestros seres, a veces yo era ella y luego ella era yo; apenas estábamos comenzando a entendernos, todavía faltaba mucho camino por recorrer pero sentíamos que íbamos en dirección correcta, el éxito se veía venir.

La bala iba a mitad de trayecto, todo era fervor divino mezclado con acrobacias dignas de cualquier circo, las pieles erizadas al juntarse quedaban perfectamente entrelazadas, era un milagro ¡y yo que pensé que no existían!, que más puede ser todo ese despliegue de sensaciones, emociones y placer.

La bala estaba apunto de llegar, me di cuenta cuando sentí sus uñas incrustadas en mi piel, ¡que dolor tan delicioso!, a mi oreja mordida le dio envidia, quería sentirse maltratada otra vez, pero ya no había tiempo, sólo faltaba relajarse y disfrutar, disfrutar de las caricias mientras respirábamos con los rostros enfrente y la gravedad multiplicada por dos, ya veíamos el éxito.

Lo logramos, todas los litros de sudor fueron recompensados, el éxtasis nos cegaba y la culpa nos separaba, la obra de arte termino como este texto.

JUAN SEBASTIAN AYALA


Visita a un bar

Llegué, después de caminar varias cuadras haciendo cuentas de cuanto va a costar el parqueadero, lo primero que veo una rubia despampanante con unos labios rojo intenso, se parece a Marilyn Monroe, tengo que aceptarlo es ella, su pintura es un indicio de la noche que me espera. Pasó de ese rojo intenso que me activa el cuerpo a un verde algo más tranquilo pero no menos voluptuoso, veo a mi amigo Sebas sentado esperándome, me siento y lo primero que recibo es un shot de tequila, me lo tomó y vuelvo a ver a Marilyn para ver si me regala un guiño, no quiso.

Me quedo embobado con los colores del bar, es delicioso ver esa mezcla, aún más cuando hay varios shots preparados sobre la barra esperando a ser ingeridos, es como si ningún color sobrara ni faltara, sigue el recorrido de la mirada cuando llegue a varios LP’s pegados sobre la pared, me pregunto cómo no lo había visto antes, siguió la mirada desplazándose y la ví, sentada en ese sillón rojo, sobre la mesa de madera tenía un caipirinha, su bebida favorita, me quedé mirándola, cuando nuestras pupilas se encontraron, subí la mirada pretendiendo creyera que estaba viendo el cuadro de los Rolling Stone que estaba alrededor de los cuadros de diferentes bebidas, pero mi intento fue fallido, no quedo otro remedio que ir a saludar a ese viejo amor que aún quema el corazón.

Estaba con su mejor amiga, a Sebas le encantó al instante, y terminamos sin saber los cuatros en la misma mesa, cuando me senté, instantáneamente los shots bebidos fueron destruidos por el cuerpo, quizás por los nervios, ya no me sentía chistoso, tocó volver a pedir un shot doble y el más fuerte para volver al mismo estado, para no sentirme intimidado por esa hermosa mujer, que sólo con tocarme me hace revivir todos esos recuerdos.

Me preguntó por mi presente, me quede callado, insistió pero no recibió nada de mi, se paró y se dirigió al baño, me fui detrás de ella y le agarré la mano, quedamos parados al frente de esa lámpara azul, que se reflejaba en esos cristales cuadrados, le dije que el presente era yo y ella en ese bar, que lo demás no importaba, me abrazó y nos dimos un beso, los cristales estallaron al igual que la bola pegada al techo y sus reflejos.

No tenemos tiempo, al otro día estaremos a miles de kilómetros de distancia, la noche es muy corta para nosotros, así que debemos irnos juntos a explotar nuestro amor y pasión, ese encuentro fue un regalo de Dios, ¡mentiras fornicar es pecado!, del destino más bien; fue algo hermoso que siempre quedara en mi recuerdo, así que le dimos dinero a Sebas para que pagara y nos fuimos juntos a revivir sin morir.


JUAN SEBASTIAN AYALA

lunes, 22 de agosto de 2011

domingo, 21 de agosto de 2011

Lujuria y Divinidad

No estaba preparada, dudaba si era la persona correcta; me sentía insegura de experimentar sensaciones. Para mi la Eucaristía y los res os constantes satisfacían mis necesidades. Confieso, que al acercarme al altar a comulgar, mi corazón latía fuerte mente, miraba fijamente al cura y sus ojos decían más que sus dedos cuando rosaban mis labios al darme la ostia.

"perdón señor, pequé contra ti y contra tu siervo", oraba mientras caminaba hacia la banca de la iglesia; mi arrepentimiento no duraba cinco minutos cuando su dulce voz daba la vendición final al alzar la mirada sentía que la suya se volvía a encontrar con la mía.

De camino hacia la casa mi esposo me notaba distante y pensativa, aunque yo entre risas le daba a entender que no pasaba nada.
en mi soledad viajaba a di menciones des conocidas, donde el santificara mi cuerpo y satisfaciera todos mis deseos, ni con mi espososo había imaginado tal viaje. Me preocupaba tal situación, porque ya mi devoción se había convertido solo en imaginación.

En la mañana del 25 de julio del 76, llevé panes con mermelada a la casa cural, cada mes se acostumbraba que las familias donaran algo para un desayuno para los pobres, toqué tres veces la puerta y nadie abría, me disponía para partir cuando escuche: "señora Mía, pase usted" mis piernas no respondían para caminar, sentí un escalofrío intenso , pensé "sonó bonita la frase , soy suya cundo quiera" mi nombre es Mía Sanchez y hasta el momento solo había tenido viajes al sexo con el cura de mi parroquia.

para terminar mi historia, esta no termina con final feliz, pues cuando entré a la casa cural ya habia una mujer adentro, su sonrisa me lo describio todo, ella tambien habia tenido viajes al sexo con el cura, a diferencia de mi , se havía arriegado.


Alejandra cadavid