De nuevo solo, espero hasta que lleguen mis amigos sentado en la sala de mi casa. Lo único que me acompaña a veces es el timbre del teléfono que suena y suena y suena y suena, y no deja de sonar; y los que hacen que eso suceda, al yo levantar la bocina pregunta por mi hermana o por mi madre; mis amigo que se supone deberían estar en mi casa antes de las 9:00pm a las 10:30 pm no han llamado ni llegado.
Hace rato no hablo con ellos. Ellos dicen que la universidad y el trabajo nos han separado; yo digo que ellos me han separado del “combo”, y para demostrarlo estoy aquí sentado esperando que lleguen, como cosa rara; esperando unas carcajadas que son las que los identifican.
Por fin cuando llegan de los 8 que somos solo hay frente a mi puerta 5, Caterine, Brayan, “El Churro” (alias Rubén), Estefanía y “La Chiri” (Johana); los incumplidos de siempre.
Nos dirigimos al lugar donde por mucho tiempo Estefanía siempre nos ha llevado; que por que las “micheladitas” más chimbas son esas que un “man” cualquiera nos sirve como con mala gana y con los vasos mojados por debajo que al ponerlos sobre la mesa dejan su huella, huella con la que todos nosotros alguna vez comenzamos casi a competir por el que hiciera el mejor logotipo de los juegos olímpicos.
En el lugar la música es muy fuerte, y a decir verdad me siento hasta viejo, pues ponen a sonar canciones que oía escuchar a mis primos que el día de hoy tiene hijos, trabajan y están barrigones. Las mesas son pequeñas, tanto que necesitamos 5 mesas para todos poder estar juntos y recochar. Tanto las sillas como las mesas son de madera, en la entrada no hay ni siquiera un celador, y al fondo del bar se ve una extravagante luz de neón que hace que identifiquemos donde están los baños y parte de la barra. Todos conversamos emparejados, si hay algo que decir públicamente, el relator tocar el hombro de quien está más cerca y con una voz fuerte y firme comienza diciendo por ejemplo:
“¡hey!, ¿ya saben cuál fue la última que hizo “El Churro”?”.
Con esta pregunta lanzada por Brayan, la noche iba a cambiar muchas veces con el transcurrir de las horas, pues unas veces nos íbamos a reír mucho y otras…nos íbamos a reír mas de la cuenta.
El churro es un compañero que llego al colegio de donde Salí como en 9° grado, y es una persona que con sus comentarios inteligentes, y por lo general ofensivos pero graciosos; hizo que nuestro “grupito” comenzara a tomarle gran cariño y aprecio.
El churro a veces puede pasarse de cazón, puede que siempre que bebamos se quede dormido y sea a mí a quien todos le den la potestad de buscar que hacer con el pobre; pero además ha sido un gran amigo y no me molesta para nada armarle “cambuche” en mi casa para que duerma y no se vaya tarde de la noche buscando peligros en la calle.
Volviendo a la pregunta inicial, mientras Brayan terminó de lanzarla; todos inquietados nos inclinamos hacia la mesa para poder escuchar mejor algo que la música a alto volumen del lugar no nos deja oir.
Una noche cualquiera, si quieren fría y sola, o llena de luces, fiesta y licor; un tipo cualquiera al que vamos a llamar Rubén, llega donde sus amigos de belén “aguas frías” (Medellín) y al saludarlos se da cuenta que una dama no muy atractiva esta con ellos, y que ellos muy formalmente le presentan sin saber que eso sería el detonante de una historia típica de amor.
El joven Rubén en esa noche de fiesta, luces, licor, frio y según él hasta soledad, fue la última noche que vio a aquella chica con quien mantuvo casi toda la noche una bonita relación sentimental según sus amigos, una noche de loca pasión según las dos niñas que se encontraban con ellos, y una fea borrachera que sintió él al otro día cuando al levantarse no sabía dónde estaba, pues no reconoció ni la habitación ni la señora que él, cuándo iba saliendo lo detuvo y le ofreció desayuno, desayuno que él no recibió. Tampoco supo con quien, no se acordaba ni siquiera que había estado con sus amigos y mucho menos sabía cómo iba a hacer para irse para su casa, pues esa noche se gastó toda la plata que tenía, y fue tal la pérdida de memoria que ni sabía que transporte tomar, pues aun sentía el efecto del alcohol en su cabeza y mejor salió a preguntar dónde encontrar un teléfono público (que no fuera de monedas) para llamar a su amigo Brayan que lo recogiera en Copacabana, casi en la vía de retorno a Medellín porque tenía mucha hambre y no quería devolverse a aquella casa que según él no se acuerda como llegar, pero, que si se acordara hasta volvería.
Según Brayan, informante principal; nuestro amigo “el churro” en esa, una de sus últimas borracheras se involucró sentimental y físicamente con una dama que ni él, su compinche de la mayoría de las fiestas conocía, pero que le dejo una marca enorme al nuestro amigo churro en su corazón, mente y bolsillo.
Si me preguntan por el churro, les diré que está bien, aun se recupera de su triste historia de amor, de laguna y quien sabe que montón de cosas más, por ahora solo queda esperar la próxima visita al bar y oír después una tenue voz entre la música que diga: “¡hey!, ¿ya saben cuál fue la última que hizo “El Churro”?”.
Julián David Díaz Herrera.